A veces la piba dice que tiene ganas de escribir. Agarra
hoja y birome, o teclado (como ahora), que no da igual pero varía según el
caso, y se pone a borronear lo que le vaya saliendo. Dice que le gusta jugar
con las palabras, que el contenido es fundamental pero que no hay que descuidar
la forma, la estética, porque es lo que va a hacer que quien lea reciba el
mensaje de tal o cual manera. Eso es lo que le gusta tanto de Cortázar (o de
Borges, o de Arlt, o de Poe o de cualquier otro que admire, pero sobre todo de Cortázar que es su amor etéreo y eterno)
porque cada cosa que escriba es inconfundible, es como si te estuviera hablando
directamente. Porque el estilo es como el timbre de la voz; aunque dos
cantantes, del mismo registro, entonen la misma nota con una perfección técnica
similar, ahí va a estar el timbre, el color de cada voz marcando la sutil
diferencia. Y claro, hay voces que se recuerdan mucho más que otras, que saben
transmitir el mensaje de una manera particular y que llega a lo profundo de la sensibilidad
de quien escucha. El timbre de las personas cercanas no se olvida nunca, y cada
vez que lee a Cortázar la piba siente que se está reencontrando con un viejo
amigo, que le habla de cerca en la mesa de un bar, con esa voz siempre tan
linda y que llega al alma. En este momento es cuando se da cuenta que se fue
por las ramas, y que empezó pensando en escribir y terminó hablando de voces y
de lectores. Y de Cortázar, dale con Cortázar.
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