martes, 25 de mayo de 2010

Contaminación Mental

Me comenzó a suceder hace cerca de tres o cuatro años atrás, cuando por haber ingresado en la facultad empecé a realizar viajes de alrededor de una hora en colectivo dos veces al día, diariamente. Llegada a una gran avenida son cada vez más los carteles publicitarios que aparecen a un costado y al otro de la calle; es lo único que quien viaja en el colectivo puede ver. Después de un cierto tiempo me resultó enfermizo: estar sentada y aburrida, obligada a ver cartelitos pasar, durante cuarenta minutos, llegó a ser intolerable. Así que atiné a inventar estrategias para zafarme de la tortura: mirar al cielo, leer, escuchar música, dormir, prestarle atención a l@s demás pasajer@s. No es un fenómeno poco conocido, se trata de la contaminación visual, que Wikipedia describe así. De hecho, dice que 
La cartelería publicitaria es el agente más notorio por su impacto inmediato, creando una sobreestimulación en el ser humano mediante la información indiscriminada, y los múltiples mensajes que invaden la mirada. Así el hombre percibe un ambiente caótico y de confusión que lo excita y estimula, provocándole una ansiedad momentánea mientras dura el estímulo.
No es sólo eso. Hay montones de lugares que al cabo de un rato de estar ahí producen una sención de  encierro y aturdimiento, como los "shoppings". (Leí por algún lado que están arquitectonicamente diseñados para generar ese efecto y que la gente compré más; no se la veracidad de ese dato y ni siquiera me acuerdo de donde lo saqué.)
Pero lo que cada vez me resulta mas y mas intolerable es el aturdimiento mental que provoca un simple programa de televisión. No soy de esas personas que odian la tecnología y los medios de comunicación; todo lo contrario, creo que son grandes y poderosas herramientas, si están bien utilizadas. Sin embargo no lo están.
Simplemente me cansé de que todo el día esté o el maldito aparato, o los cartelitos, o la gente que repite (y se cree) como idiota todo lo que la caja boba le dictamina desde su púlpito sagrado, diciendome qué tengo que hacer. Estoy harta de que algo intente distraerme con frivolidades de lo que realmente me importa y quiero hacer y yo se lo permita. Si, se lo permito: me he pasado tardes enteras "sin nada que hacer", mirando un programa tras otro, o sentada frente a esta pantalla en la que estoy escribiendo ahora, perdiendo precioso tiempo de vida (cientos de horas, me daría miedo hacer la cuenta si pudiera), simplemente llenandome de la basura que regalan - pero a la larga cobran caro. Cuanto mas consumo estas cosas menos lúcida y capaz me siento, mientras que después de un par de días de "desintoxicación" vuelvo a ser la de antes.
Ya se, me van a decir que se me fue la mano, que es un planteo exageradamente anarco y pasado de moda, que me paresco a Violencia Rivas. Pero lo que digo es simple: ¿porqué, dado el hecho de que los medios de comunicación sean cosas con las que convivimos a diario, siendo la mayor fuente de información y formación del individuo (mas allá de las funciones de adoctrinamiento social que cumplen), no puedo elegir qué ver, cómo y dónde hacerlo? A mucha gente le ofende incluso cuando digo "si no te gusta lo que hay, apagá la tele", como si fuera algo impensable. La respuesta suele ser "pero si no la veo, ¿qué hago?". Creo que  si para la RAE una definición de esclavitud es "sujeción excesiva por la cual se ve sometida una persona a otra, o a un trabajo u obligación", eso califica, y mucho.
Tan sólo apelo a que no sigamos delegando (regalando) nuestra capacidad intelectual, lo único que nos hace humanos y nos posibilita cualquier anhelo de libertad, el don del pensamiento racional. Requiere, principalmente, voluntad.

lunes, 3 de mayo de 2010

Chochina

- Ma... Las nenas hacen pis sentadas...
- Si
- ¿Y qué hacen con la chochina?
- (...)
- Ma... ¿Y por donde hacen caca las nenas?
- ¡Por la cola, como todo el mundo!
- ¡Ah! ¡Yo creía que hacían por la chochina!

 (Fragmento de conversación escuchado en el vestuario de un club.)

Ternura por esto... Me estoy poniendo vieja. (¡La pucha!)