miércoles, 28 de enero de 2015

Pérdidas

A veces me pasa que pierdo las llaves de mi cabeza estando adentro, y puedo pasar horas y horas buscándolas. Para colmo, hay veces que sin darme cuenta empiezo a meterme más adentro, alejándome del camino, y llego a una región poco frecuentada, oscura, llena de bichos peligrosos y hasta me olvido no sólo de que estaba buscando las llaves sino también de que quiero salir. Pasa una eternidad y me vuelvo vieja, una criatura más de esa jungla negra, la piel pegajosa de escamas y sangre fría, los ojos de muerte brillando apenas en la sombra perpetua, ouroboros venenoso devorándose lentamente, lleno de tedio y de vacío.
Entonces me llaman por teléfono o tocan el timbre, y es alguien para cenar o para llevarme a tomar mates en la costanera. Hasta ahora siempre pude salir de mi cabeza.

lunes, 19 de enero de 2015

Une histoire bizarre

Mucho se preocupan, y con razón, los defensores de nuestra lengua al conocer la alteraciones y deformaciones que se ejercen diariamente sobre el español castizo, desafiando su pureza y dignidad. El fenómeno causa estragos tales como la confusión en la ortografía (por ejemplo entre los términos “hay”, “ahí” y “¡ay!”, o en la sentencia “ce ase linpiesa”), la pauperización de la sintaxis (basta ver un examen de un alumno secundario, donde a la consigna “responda en oración. Justifique.”, la réplica es: “si. raíz cuadrada.”), o la simple degeneración de las palabras (“acá toy”, “holiss”, entre otros adefesios), para citar algunos ejemplos.
Pero un descubrimiento reciente enciende una luz de esperanza al final de este túnel de perdición semántica. El hecho está vinculado con la palabra bizarro, uno de los casos más tristes en el que se ha visto abrirse una brecha (hasta el momento considerada irreparable) entre su significado original (valentía, bravura) y otro, otorgado por el vulgo en el uso cotidiano (para nombrar lo extraño, particular, extraordinario). También es de público conocimiento que la segunda acepción (la falsa acepción) tiene su origen en las lenguas inglesa y francesa, para las cuales bizarre si significa raro. O, debería decir, significaba. En efecto, durante las últimas semanas hemos sido testigos de la alarma y la preocupación reinantes en los países de habla gala y anglosajona, dada la constatación de una serie de episodios de transliteración semántica centrados en el termino bizarre. Según las escasas fuentes de información que han transgredido el secreto profesional con el cual es protegido el expediente de la causa, son cada vez mayores los registros del uso de bizarre en el sentido de “valentía”. A modo de ejemplos podemos citar un titular de Le monde de la jornada de ayer: “Une bizarre femme, dompteureuse de bêtes féroces”, aludiendo a la tres veces galardonada domadora de grandes felinos Jaqueline Deroux, que a los 81 años anuncia su última gira mundial. O la alocución del mismísimo presidente Obama, que la semana pasada se refirió a un escuadrón del ejército en viaje a Oriente Medio como “… our bizarre soldiers…”
Es evidente, entonces, que por algún motivo desconocido (y que tal vez jamás lleguemos a dilucidar) los significados del término entre los diferentes idiomas no han sido tergiversados por el uso sino que simplemente se intercambiaron. Algo que dará que hablar a filólogos y semiólogos de todo el globo, ya que atañe a la separación intrínseca de significante y significado, tema harto discutido por dichos estudiosos.
El fenómeno es cuando menos alentador, ya que indica la posibilidad de realizar un nuevo trueque y restaurar cada significado a su lengua de origen. Las cabezas más brillantes (y con esto no aludimos a la calvicie sino, metafóricamente, al saber) de los claustros académicos del primer mundo ya están trabajando en este sentido. Será además una interesante oportunidad para fomentar la cooperación entre América Latina y los más importantes centros de estudios, como la Universidad de Massachusetts, entre otros

Sólo resta esperar el desenlace de tan apasionante reto científico, un verdadero drama del conocimiento (quizá la aventura más impactante en su campo desde el advenimiento del estructuralismo). Desde nuestro humilde lugar saludamos esta aventura lingüística en la firme convicción de que dará a nuestras sociedades el impulso que necesitan hacia un ordenamiento y una disciplina sin las cuales jamás alcanzarán a las potencias industrializadas, ya que la palabra es cultura y una cultura desorganizada promueve los mayores agravios que pueda sufrir una Nación. Por eso alentamos a los bravos científicos con el viejo adagio que reza “al pan, pan y al vino, toro”. Carajo.

lunes, 12 de enero de 2015

La invasión

Cada vez están más cerca. Desde mi lugar junto a la ventana los distingo bien, merodean la casa con parsimonia, confinados en sus frágiles armaduras. Se mueven con la seguridad tranquila del conquistador, no hay obstáculos para ellos: un tapial puede ser escalado; las rejas y los tejidos, demasiado anchos, son umbrales y puentes; mis plantas su refugio. Parece que mi casa es su hábitat desde hace tiempo. 

Ahora los veo venir con las antenas desplegadas, como tanteando el aire, cerciorándose de que están siguiendo el camino correcto. En la retaguardia se aglomera el grueso de la población, indiferentes a la empresa que están llevando a cabo, en esa lógica del hecho consumado que asumen con tanta naturalidad. La humedad y la lluvia, la luz grisácea que invade la atmósfera generan una agitación inusual en la colonia. Han tomado como base un montón de ramitas secas apiladas en un rincón del jardín. Sin respetar direcciones (de cabeza, de costado) alternan el movimiento con la inspección detenida de alguna hoja, de alguna piedrita. Los más pequeños se deslizan con facilidad entre los huecos del fardo, los mayores esperan sobre la superficie, aunque también es posible que estén escondidos dentro del montón como en un largo sistema de cavernas y túneles. 

Más acá continúa la avanzada.  Los acorazados marchan en una formación dispersa, engañosamente azarosa. Con épica lentitud, bajo la garúa, irán ganando el metro, metro y medio, que los separa de mi ventana hasta apoderarse de ella. Pretenden trepar por la reja, acomodarse en alguno de los heptágonos de hierro que la decoran, o bien seguir hasta el vidrio. En ese caso examinarán con sus antenas, perplejos, el extraño e infranqueable material. Uno a uno comenzarán a subir por él, succionándolo con sus cuerpos viscosos, hasta sumar una o dos decenas de caracoles dispuestos verticalmente, en una simetría casi perfecta.

A menos que de golpe salga el sol, secándolo todo con una luz insoportable, y los obligue a replegarse, a buscar refugio debajo del banco de madera, detrás de las macetas o en la sombra de aquel arbusto, y a posponer la invasión para el próximo día de lluvia.

lunes, 5 de enero de 2015

Otra vez enero

Otra vez enero. Cada año llega más rápido, cada vez un enero más cercano del otro. Como esos lugares o esas personas que percibimos inmensos cuando somos chicos y que cuando reencontramos muchos años después no nos parecen tan distintas al resto de su especie.

Antes enero era como un desierto o un océano. Lo atravesaba despacio, un poco a la deriva, bajo el sol incandescente y el calor húmedo del litoral. Mirando alrededor sin distinguir los límites, un largo día similar al siguiente, a veces tedioso, a veces solitario. Una larga marcha en reposo, llena de ansiedad por llegar a mañana, por que termine la espera pero sin un destino claro. En febrero todo empezaba a moverse otra vez, como despertando de un letargo (porque enero no era más que la noche del año, dormida con pesadez entre sábanas livianas y ventanas abiertas), de nuevo la existencia del almanaque tenía sentido.


Hoy enero vuelve domesticado, desprovisto de esa naturaleza monumental y etérea. Lo atravieso adulta, despabilada, mientras me pregunto dónde habrá quedado un desierto tan grande, un océano tan vasto. Es posible que algún día lo vuelva a encontrar, aunque entonces ya me queden pocos veranos por delante y tenga más paciencia, más ganas de dilatar las horas.