martes, 26 de noviembre de 2013

Sobre Papá Noel y el statu quo

Y si, aquí estoy de vuelta, con un tema bien navideño. O en realidad no. Advertencia: esto no va a ser entretenido, es yo descargando algunas ideas furiosas sobre banalidades. Comencemos. A partir de un comentario leído en facebook me surge una pequeña reflexión para compartir. Resulta que una amiga comentaba la tristeza que sintió cuando a su sobrinita le explicaron que Papá Noel (¿Santa Claus? Por estos pagos todavía no) "no existe". Mi respuesta a esto fue sintética: lo mejor habría sido no mentirle desde un principio. Otra persona, claramente una madre indignada, me acusaba de pensar así porque no tengo hijos, diciendo que pensaría distinto al ver "su carita ilusionada cuando le escriben la cartita". Quise (y quiero) explicar a continuación por qué, a pesar de no ser Madre, puedo opinar sobre un tema que me parece cien por ciento ético: no estoy de acuerdo con la mentira, mucho más de ser innecesaria y que a mediano plazo causará un daño emocional a nuestros seres queridos. He aquí lo que le contesté a mi interlocutora:
"Hola *******! Te cuento mi experiencia. Mis padres nunca me dijeron que existía Papa Noel. Me dijeron, si, que era una especie de cuento: un señor que nos trae regalos, que existe en el mundo de la fantasía, de los cuentos, pero no en la realidad. Igual que cualquier cuento de hadas. Los chicos saben diferenciar fantasía de realidad, saben que un cuento es un mundo imaginario aunque en realidad blancanieves no "vive" en un lugar real, por ejemplo. Con esa explicación en mente, yo igual escribía las cartitas (mi mamá me ayudaba al principio), armábamos el arbolito, esperábamos a Papá Noel, todo con la ilusión de cualquier chica. Pero sabiendo que en el fondo todo era un juego. Así nunca pasé por la experiencia traumática de descubrir que mis padres y mis seres queridos me habían mentido durante años, pero igual disfruté la navidad. Un saludo! :)"

Si, en ese tono didáctico, meloso y con carita feliz al final. Mi tono empresarial, digamos. De todas formas no logré cooptarla para el lado oscuro de la fuerza, ni a otras personas en el "debate". La lógica de algunos fué la siguiente: "cuando yo era niño mis padres hicieron esto conmigo, ahora yo debo repetirlo", o bien argumentos como el de la alegría de la ilusión infantil. Claro que pareciera que los mismos padres felices cuando sus niños creían ciegamente en ellos, no se daban cuenta de que les producía sufrimiento el "despertar". Un sufrimiento evitable.
Noté lo que he notado en otras ocasiones: una reticencia fuerte a aquello que no encajaba con lo que se suponía debía ser. Acá entra el tema del statu quo. Me ha pasado en otras ocasiones encontrar resistencias semejantes al decir por ejemplo que no como carnes rojas, que no creo que un sentimiento de nacionalidad pueda valer más que una vida... O que no me gusta el cine de Campanella (cuac!)
No debería ya sorprenderme constatar que ciertas actitudes, determinaciones, posicionamientos ideológicos o éticos incomodan a un grupo que no los acepta. Lo que mueve ciertos cimientos puede llegar a enfurecer. Es la resistencia al cambio. Para usar una terminología en boga, la zona de confort social. Y no es que el que aparece como cuerpo extraño sea un inquisidor que obligue a los demás a abandonar sus valores y creencias. El hecho de que alguien piense y diga algo distinto ya es motivo suficiente para que los defensores del orden establecido salten a defenderlo.
No hablo de un fascismo latente ni nada por el estilo. Simplemente este tipo de cosas me hacen pensar en cuanto nos falta cambiar, crecer como sociedad, para realmente respetar la diversidad. Hay un discurso de la tolerancia, que tolera mientras no nos enteremos de lo que el otro hace, dice o piensa. Diversidad sería poder mantener una conversación con alguien que no piensa lo mismo que yo, que no come lo mismo que yo, que no tiene la misma elección sexual que yo. No enojarme, y de ser posible construir algo juntos. Elegí para hablar de esto la anécdota de Papá Noel porque es tan simple y boba que se vuelve ejemplar. Si un sector importante de la sociedad no puede concebir una forma diferente de encarar una cuestión tan simple, y se ofende si alguien propone una alternativa, parece difícil lograr cambios en la forma de tratar la vida y el mundo.
Ahora si, amantes de Campanella, disparen.