Mucho se preocupan, y con razón, los defensores de nuestra
lengua al conocer la alteraciones y deformaciones que se ejercen diariamente
sobre el español castizo, desafiando su pureza y dignidad. El fenómeno causa
estragos tales como la confusión en la ortografía (por ejemplo entre los
términos “hay”, “ahí” y “¡ay!”, o en la sentencia “ce ase linpiesa”), la
pauperización de la sintaxis (basta ver un examen de un alumno secundario,
donde a la consigna “responda en oración. Justifique.”, la réplica es: “si. raíz cuadrada.”), o la simple degeneración de las palabras (“acá toy”,
“holiss”, entre otros adefesios), para citar algunos ejemplos.
Pero un descubrimiento reciente enciende una luz de esperanza al
final de este túnel de perdición semántica. El hecho está vinculado con la
palabra bizarro, uno de los casos más
tristes en el que se ha visto abrirse una brecha (hasta el momento considerada
irreparable) entre su significado original (valentía, bravura) y otro, otorgado
por el vulgo en el uso cotidiano (para nombrar lo extraño, particular,
extraordinario). También es de público conocimiento que la segunda acepción (la
falsa acepción) tiene su origen en
las lenguas inglesa y francesa, para las cuales bizarre si significa raro.
O, debería decir, significaba. En efecto, durante las últimas semanas hemos
sido testigos de la alarma y la preocupación reinantes en los países de habla
gala y anglosajona, dada la constatación de una serie de episodios de transliteración
semántica centrados en el termino bizarre.
Según las escasas fuentes de información que han transgredido el secreto
profesional con el cual es protegido el expediente de la causa, son cada vez
mayores los registros del uso de bizarre
en el sentido de “valentía”. A modo de ejemplos podemos citar un titular de Le
monde de la jornada de ayer: “Une bizarre femme, dompteureuse de bêtes féroces”,
aludiendo a la tres veces galardonada domadora de grandes felinos Jaqueline
Deroux, que a los 81 años anuncia su última gira mundial. O la alocución del
mismísimo presidente Obama, que la semana pasada se refirió a un escuadrón del
ejército en viaje a Oriente Medio como “… our bizarre soldiers…”
Es evidente, entonces, que por algún motivo desconocido (y
que tal vez jamás lleguemos a dilucidar) los significados del término entre los
diferentes idiomas no han sido tergiversados por el uso sino que simplemente se
intercambiaron. Algo que dará que hablar a filólogos y semiólogos de todo el
globo, ya que atañe a la separación intrínseca de significante y significado,
tema harto discutido por dichos estudiosos.
El fenómeno es cuando menos alentador, ya que indica la
posibilidad de realizar un nuevo trueque y restaurar cada significado a su
lengua de origen. Las cabezas más brillantes (y con esto no aludimos a la
calvicie sino, metafóricamente, al saber) de los claustros académicos del
primer mundo ya están trabajando en este sentido. Será además una interesante
oportunidad para fomentar la cooperación entre América Latina y los más
importantes centros de estudios, como la Universidad de Massachusetts, entre
otros
Sólo resta esperar el desenlace de tan apasionante reto
científico, un verdadero drama del conocimiento (quizá la aventura más
impactante en su campo desde el advenimiento del estructuralismo). Desde
nuestro humilde lugar saludamos esta aventura lingüística en la firme
convicción de que dará a nuestras sociedades el impulso que necesitan hacia un
ordenamiento y una disciplina sin las cuales jamás alcanzarán a las potencias
industrializadas, ya que la palabra es cultura y una cultura desorganizada
promueve los mayores agravios que pueda sufrir una Nación. Por eso alentamos a
los bravos científicos con el viejo adagio que reza “al pan, pan y al vino,
toro”. Carajo.