domingo, 12 de septiembre de 2010

Agua sobre la tierra

Se va instalando paulatina, subrepticiamente, paso a paso; y sin embargo no se deja ver llegar. No la sospechamos y, si lo hiciéramos, el calor, el sol, el cielo despejado nos disuadirían inmediatamente de nuestras suspicacias.
De pronto, evidentemente pero sin que nos percatemos del momento crucial, algo cambia: el reflejo del sol es mas plateado, el viento sopla mas salvajemente. Unas cuantas gotas, a veces pocas y pesadas, otras ligeras y abundantes, se precipitan en tandas esporádicas que poco a poco ganan continuidad, y se confirma lo autoanunciado: la tormenta de primavera está comenzando a caer.
No obstante el cambio va más allá de todo esto. En efecto, hay un aura de misterio y un extrañamiento, una desnaturalización de todas las cosas. Es como si esa luz grisácea que ha inundado el mundo transformara la propia escencia de los seres. 
Todo resulta apacible y a la vez salvaje, por momentos violentamente sublime, como una revolución. 
Esto no es mas que un anuncio, un preludio. Acaba la obertura y el primer trueno sonará, dando lugar a la epicidad de la tormenta.
Pronto escampará; las cosas recuperarán su color, su apariencia cotidiana, todo volverá a la normalidad. Pero, por algunas horas, la naturaleza llegó pisando firme a imponerse sobre la ciudad profana para recordarle la verdadera condición de la vida, lo precario de la raza humana y la inmensidad del universo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario