jueves, 8 de octubre de 2015

(Otro) texto virtual en defensa del libro real

Los libros son de papel. No queda otra. Por más que trate, por más que lo lea en .pdf y lo tenga bien guardado en el disco rígido, no puedo sentir que haya leído un determinado libro hasta que no lo hago en papel. Les pido perdón a los árboles y todas las víctimas del mercado editorial, pero el libro físico en mi debilidad, mi fetiche. Qué va a ser.

Hay algo irreemplazable en el libro, y es su dimensión de realidad. Así como no es lo mismo un Van Gogh en el lienzo que en el fondo de pantalla de mi pc, no me comparen .epub con hoja pura y dura solamente porque ambas se leen. Si la lectura está directamente relacionada con la vista (para los que vemos), hay una amplia variedad de sensaciones y sentidos que participan de la experiencia-libro.

Para empezar, la lectura de un libro es siempre una experiencia de introspección, pero como puede ser leído en silencio (mentalmente) o en voz alta, esa introspección puede ser individual o convertirse en un lazo que une los mundos internos de dos o más personas. Por eso es tan importante leerle a los chicos.

Pero hay cuestiones más corporales. Cualquier lector curtido conoce bien el olor a libro nuevo, a libro viejo, a edición más cara o más barata, a papel ilustración o imprenta. Algo similar ocurre con el tacto, sumado a las diferencias entre lomo y tapas, interior y exterior de este pseudo prisma rectangular. Ni que hablar del vientito en la cara cuando se pasan rápidamente las hojas de un volumen grueso. El tacto de un libro no es siempre el mismo, varía si está abierto o cerrado, si lo estamos leyendo, hojeando o llevando, más allá de las características de cada ejemplar. Cada libro tiene, además un peso específico y determinadas características que lo hacen más o menos dúctil en determinadas situaciones. Tapa dura o blanda, cosida o pegada, enciclopedia o pocket: cada uno va con una situación y un momento de la vida, y pueden cambiar hasta el contenido de lo que leés.

Esto último me remite a un punto interesante, que es el del libro como acompañante (si, ya empezaba a delirarla). Cada lector tiene su(s) momento(s) y lugar(es) para ejercer. Yo personalmente leo sobre todo antes de dormir y, si no me duele la cabeza, en bondi. Esto no sólo implica contar con una infraestructura adecuada (por ejemplo, no concibo la ausencia de mesita de luz y un respaldar/almohadón en mi dormitorio), si no también el formato de libro propicio.

Acá me van a decir: “pará, no seas fundamentalista, si un libro electrónico también lo podés transportar con vos, y además de práctico te permite llevar cientos de…” Y ahí está el asunto. Porque parte del encanto de un libro como acompañante es esa intimidad que se genera entre vos y ese alter-mundo único y contenido en x cantidad de páginas. No es solamente que no voy a leer más que un libro a la vez, sino que precisamente hoy que todo-está-al-alcance-de-todos-todo-el-tiempo (respira) en la Red de redes, la presencia física de algo, un refugio individual y completo en el que sumergirnos, marca la diferencia.

(Todo lo cual no implica que si me voy en un viaje largo me vaya a llevar una valija de cincuenta kilos cargada de libracos y que no me puedan regalar ese lindo chiche que es el libro electrónico para las próximas festividades capitalistas).

Para ir resumiendo un poco, hay muchas cosas que podés hace con, y sólo con, un libro físico. A los libros, entre otras cosas: podés apilarlos/amontonarlos/apelmazarlos. Podés imaginar ríos, lagos y continentes en los surcos de una página apolillada (eso te pasa por dejar los libros apelmazados). Podés pasar horas en una librería/biblioteca hojeándolos –y no comprar nada. Podés dedicarlos. Podés respetarlos más que a tu vieja o escribirlos, subrayarlos, doblarles las esquinas. Podés arrancar la hoja que acabás de leer, pasársela a tu acompañante, que la lea y la tire por la ventanilla del tren que va de Córdoba a Salamanca, como cuenta que hizo Cortázar alguna vez.

Un libro es una unidad y una totalidad, no se necesita más que a sí mismo (y al lector), a la vez que sintetiza un universo propio. En un tiempo en que todo nos llega fragmentado, incompleto, no veo nada más insurrecto que la búsqueda de un sentido.

Y más allá de todo, coincidas o no, algo que no podés dejar de hacer con un libro es leerlo.

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Yapa. Una desventaja del libro real: no tiene F5.

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