lunes, 17 de agosto de 2015

Escritura automática

Él escribía. No sabía cuántas horas había estado así, ni cuántas páginas había logrado llenar: sólo era consciente de que su vida nunca había dependido tanto de la escritura como en este momento, por el simple hecho de que si paraba de escribir moriría. Ya ni prestaba atención a las palabras. Si al principio había intentado narrar las circunstancias que rodeaban su situación actual, analizarlas, explicarlas, después de un tiempo el relato comenzó a perder consistencia. Enhebraba temas diversos sin tratar de crear conexiones lógicas, o repetía variantes de una misma idea hasta construir un fractal infinito. Después de todo, lo importante era seguir adelante, no parar. Además, una vez superada cierta barrera de resistencia inicial, ya no necesitaba elaborar un concepto en su cabeza antes de plasmarlo, sino que pensamiento y escritura se gestaban en un mismo movimiento continuo, automático. Recordaba un poco esa práctica de espiritismo llamada escritura automática en el que el ser sobrenatural usa el cuerpo de un médium para transcribir su mensaje, que tanto había fascinado a los surrealistas hasta el punto de utilizarlo como ejercicio literario. Él mismo estaba en una especie de trance, con su voluntad sumida en un único imperativo. No sabía cuánto tiempo le quedaba, o cuántas páginas le restaban por llenar antes de que pudiera abandonar su tarea. Tampoco estaba seguro de que pudiera hacerlo en algún momento. Siguió escribiendo, aferrándose a eso que era como un lazo con la vida, a pesar de que tenía la mano acalambrada, dolorida por la presión del plástico. Terminó una hoja de letras pequeñas y amontonadas, casi imposible de leer, la dejó junto a las otras esparcidas por la mesa y el suelo, y tomó una en blanco de la pila. El azul oscuro empezó a empalidecer a mitad de la primera línea. El intentó reforzar el trazo, sin remedio. La lapicera se había quedado sin tinta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario