Hace unos días anduve por la última edición de la CBB.[1]
Fui a ver la charla que dio Leonardo Oyola y, para qué negarlo, a pulir un poco
mi costado friki (soy nerd de los libros y del cine, aunque no consumo prácticamente
nada de superhéroes). Llegamos temprano y dimos una vuelta, había gente pero se
podía circular. Más tarde ya no: la marea de gente, o mejor dicho el pantano,
convertía a la acción de moverse en desafío olímpico. Creo que el record lo
obtuvo este año un chico por 14’ 52’’ en los 3 metros llanos. Pero bueno, era
el último día[2] y
además estaba el desfile de cosplay. Que cómo te explico.
Tratando de
transmitirle el concepto de lo que fue el concurso a una amiga que, según ella,
hace dos días que se enteró que existía esa palabra, le dije que es como el carnaval,
pero con gente que carga mucho comic y dibujito japonés (y fantasía heroica,
videojuego, etc, hay mucho para agregar). Ella respondió que seguramente sin los
cuerpos esculturales de Río, pero yo prefiero pensar en el carnaval de Venecia
o en los barriales. Bueno. El caso es que la lógica más o menos se repite. Antropológicamente,
el carnaval es un momento de suspensión y subversión de las jerarquías sociales,
un corrimiento de los lugares establecidos por la sociedad para cada uno,
durante el cual se visibiliza aquello (situaciones y sujetos) que permanece
oculto el resto del año. El aquelarre de los nerds[3]
tiene algo de eso. En primera instancia, pone en escena durante algunos días y
para toda la ciudad una cultura que, por más miembros que pueda tener o por
mainstream que se hayan vuelto las películas de Marvel, permanece desconocida
para mucha gente. Porque tu vieja, a pesar que se haya pasado la tarde cosiéndote
el dobladillo del traje a máquina porque no llegabas, no tiene idea de quién es Deadpool
(no te preocupes que ya está por ponerse de moda). No es solamente que los
medios cubren el acontecimiento (más allá de que recién se enteran de la movida y no se sabe bien si es la nota de las
colectividades o la del zoológico de Luján), sino porque son las calles (y las
redes sociales, desde hace rato flor de ágora), las que cobran nuevo
significado al poblarse con la manifestación de eso otro que por regla general
es marginal. Los cosplayers van desde la adolescencia hasta bien pasados los
treinta; varones y mujeres; son esas personas que tienen un look estrafalario
en cualquier momento del año pero también son los otros, los “normales.” Sobre
todo son aquellos que no condicen del todo con el estereotipo de lo que
deberían ser para su edad/género/actividad/rol social. No en balde el término
freak es tan significativo. Lo que para algunos puede resultar una actividad
sin sentido, incluso infantil o ridícula, para otros consiste en poder, por
cuatro días al año, mostrarse como son, abierta y públicamente. Igual que un
superhéroe, la verdadera identidad es develada a la hora de vestir el disfraz.
(Acá no puedo dejar pasar la referencia obligada al fantástico monólogo de Bill
acerca de Superman).
La convención tiene algo más, una cuestión de ida y vuelta y
de construcción colectiva que es necesario destacar. No es un espectáculo, ni
mucho menos sólo una feria de comics. Si bien el evento cuenta con los stands,
cuyo contenido va de los clásicos hasta las producciones más locales e
independientes, y con las actividades programadas (charlas, muestras, clínicas,
etc.), su realidad las excede. Resulta que como en muchas ocasiones,
lo más interesante pasa en otro lado. Es un acontecimiento social, un lugar de
encuentro para los fans donde se refuerzan los intercambios y los vínculos de
una comunidad que existe por fuera de la CBB. Funciona tanto como espacio de
inserción, casi ritual identitario, como de conexión entre el fandom y los
autores/artistas, pero también con los lectores ocasionales, con los que son de
un palo amigo y de todos ellos con la sociedad en general.
Carnaval se termina, los pibes y las pibas vuelven a ponerse
el traje de bicho raro, de tu compañero de facultad, de la chica que atiende el
mini de la otra cuadra o de tu primo adolescente, el que no tiene novia. Pero no
te preocupes que seguro tiene un montón de amigos y en la cabeza un universo
fantástico que lo va a acompañar toda la vida.[4]
[1] Para
el otario que no se enteró, la Crack Bang Boom es una convención internacional
de historietas que se viene haciendo en Rosario desde 2009.
[2]
Para colmo coincidía con el día del niño; padres, no lleven a las criaturas a
un evento así sólo porque va a estar Chewbacca y está nublado.
[3]
Si, es una metáfora horrible.
[4]
Posdata: creo que gran parte de lo dicho acá, salvando las especificidades,
aplica también en otras manifestaciones públicas y colectivas de minorías
sociales. Pienso por ejemplo en las manifestaciones por el día del orgullo gay.