lunes, 3 de febrero de 2014

La mujer con la cámara de cine

"En la vida, o en el teatro, cuando vemos un espectáculo, 
siempre elegimos los diferentes planos y los montamos" 
Lev Kulechov.

Los soviéticos, que tanta importancia le dieron al montaje, lo sabían muy bien: recortar planos de la realidad y ordenarlos con un sentido es tambien algo propio del ser humano. Qué fue primero, si el cine o este ejercicio intuitivo del montaje, es dificil de determinar, pero yo me inclino hacia la posibilidad de que la expresión cinematográfica de esta capacidad no suponga su invención sino la reflexión sobre ella.
Respecto a la experiencia cotidiana, creo que el momento en que más consciencia tomo de este ejercicio es cuando viajo en colectivo. Cuando después de un rato de esperar subo al vehículo-ballena y pago mi boleto, intento buscar un asiento junto a la ventanilla. Me acomodo, me calzo los auriculares del reproductor de mp3, y recién en ese momento miro a través del blindex. Arranca el ómnibus, arranca la proyección. 
Dentro de ese rectangulo, el primer encuadre: plano general de la vereda, los negocios y las casas. La gente camina ritmica, homogenea. Pronto aparece un foco de interés, por ejemplo un ciclista, y voy a recortar un plano más cerrado, entero o americano. El ciclista, vestido con equipo profesional, en cada semáforo rebasa al colectivo en que viajo y unos metros más adelante vuelve a quedar atrás. 
Puedo también volver al plano general y hacer un largo travelling por la avenida (si lloviera mejor todavía).
O tal vez, en un semáforo, esperando el ruce de un tren, un plano fijo: una esquina, la vereda ancha y transitada, un edificio grande y viejo (un banco). El sol de la mañana, casi mediodía, esplendido. Hacia la derecha un puesto callejero muy lindo, construido en madera, que vende quesos y fiambres. A su izquierda, apoyada en un poste, una bicicleta roja, con un amplio canasto blanco repleto de limones (muy amarillos ellos). Todo se mueve alrededor, pero los protagonistas del plano son esos objetos inmoviles.
Travelling nuevamente, fragmentos de escenas que quedan truncas: dos señoras con bolsas del supermercado se cruzan, se detienen y se ponen a charlar. Alguién sale de una casa, cruza la calle corriendo, entra a otra casa. Los diálogos, las intenciones, las historias quedan libradas a la imaginación (y al interés) del espectador. 
El encuadre siempre limitado por la ventanilla, que no cambia sus dimensiones, pero que yo hago variar. Elijo, recorto, finalmente monto las imágenes en base a algún criterio desconocido (que es muy parecido a decir "ningún criterio"). Tal vez sea sólo la intuición estética, la busqueda de algo placentero que ver y oir. ¿Que esa no es la finalidad última ni del cine ni de la vida? Claro, tampoco de un viaje en colectivo. El cine viene después, a encausar esta capacidad para que cobre sentido, para que juegue con otros sentidos (transmitir un mensaje, narrar, profundizar ideas).  
Este breve compendio de reflexiones sueltas se limita a proponer más preguntas y reflexión. ¿Cómo terminar este texto? Supongo que como un viaje en colectivo, como la pelicula que construí en este viaje: abruptamente. Me escabullo entre la gente que se amontona en el fondo, toco el timbre unos metros antes de la parada, y cuando se detiene salto el mundo, a seguir rodando. En la vida no hay elipsis.

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