Como el árbol voy creciendo. Desde que broté y mientras sea seguiré creciendo. Hace poco
descubrí que no se crece siempre hacia arriba y en línea recta. Por eso, igual
que el árbol, voy en todas direcciones y me ramifico. Subo, me entierro,
rastreo. Transversal. Ramas que se bifurcan como ríos, como venas, como
caminos. A veces quedan truncas, se
rompen o son rotas, y es necesario extender otra rama, buscar nuevos caminos.
Algunas personas son como rocas, duras por dentro y fuera;
sin embargo tarde o temprano la erosión del viento y del agua las convierte en
arena. Yo quisiera, si puedo elegir, ser como el árbol: ir formando lentamente
la corteza, engrosar como testimonio del paso de los años, pero seguir teniendo
salvia por dentro, seguir dando brotes verdes, y si tengo suerte algún día
poder dar frutos y semillas. De esa manera podré no temer a los vientos
fuertes, sino aceptarlos y mecerme con ellos mientras duren. No les temeré a
las hormigas, los caracoles y los pájaros, al contrario: les daré cobijo y hasta
mis frutos, y así me esparciré. Al menos seré fuente de vida y no un suelo
árido y estéril.
Entonces, como el árbol albergo otras vidas, otras formas
que a su vez me transforman. También como al árbol las tormentas me dejan
amedrentada, los vendavales me derriban, el fuego me abraza a veces,
irresistible. Y tengo ciclos, estaciones en las que despliego una vida nueva,
seguidas de otras en las que parezco una madera muerta y olvidada. Pero si
queda algo de vida en mi interior seguiré brotando, una vez más.
Ya sé que soy mujer y no árbol. Que para mí es un acto de
vanidad querer parecerme a un ser a la vez tan concreto y etéreo, anciano y
solitario. A mitad de camino entre el espacio y el tiempo. Pero siendo humana
debo desear. Como mujer rio, lloro, bebo, como, amo, rechazo, elijo, hablo, me
equivoco, tengo suerte, hago y rompo, acierto, creo, escribo, me destruyo,
filmo, busco, callo, abrazo, leo, siento, canto. Todo para crecer, como el
árbol.
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