Él, croto, arrastrando su barba hasta el pecho, su gorrita
verde militar, su montón de parches cosidos que le sirven de abrigo. Rodeado por
un aura de vinos en el cordón de la vereda, de revolver contenedores buscando
algo que sirva, de todos los aromas que hacen al humano. Su banda de sonido un
rumiar constante de palabras angustiosas y felices, las pocas rescatadas del
olvido y que se reúnen sin significar demasiado remitiendo a otras palabras, a
caras del pasado, a otra vida que fue aunque no parezca. Va mirando las
baldosas por calle Entre Ríos.
Ella, altiva, rubia, ocultándose del mundo detrás de los
auriculares hi-tech y de los lentes de sol oscurísimos cubriéndole la mitad del
rostro. Caniche toy en brazos, un
andar pulposo y ondulante bajo las calzas deportivas, preocupada en mantener el
ritmo de la caminata y la postura. Mostrándose a los demás como quiere que la
vean y nada más, pensando en no pensar y quizás en retrasar el momento del
regreso a una cotidianeidad vacía y rutinaria. Arremete a paso firme por calle
Jujuy.
Inevitablemente, la esquina los pone cara a cara.
***
Epílogo: después del encuentro, la rubia siguió caminando un
poco más apurada, no sabiendo si adoptar una actitud de asco o de filantropía.
El croto se dió vuelta y le dijo un par de cosas ininteligibles, pero después de
un rato volvió a su mundo interior.