Ahí está la copa rota, el mantel arrugado, la campera
descuidadamente arrojada sobre la silla y las botas todavía embarradas. Ahí
están las cosas, como un terrible testimonio de la víspera; la incuestionable
prueba final de que el pasado viene tras nosotros como una pesada carga
imposible de abandonar, de evadir, de ignorar. Las cosas, que nos atan a la
palabra que no debería haber sido dicha, a la boca que no debería haber sido
besada, al sueño que no debería haber sido abandonado, a todas nuestras
pequeñas y miserables culpas humanas. A todo eso que se había borrado con la
noche y que reaparece con la brutalidad de la mañana siguiente, encadenado a la
evidencia incuestionable de las cosas.