miércoles, 24 de febrero de 2010

Reloj

El pasado martes 16 fue mi cumpleaños. Se me ocurren muchas cosas que contar.  Por ejemplo, a pesar de que me hago la dura, lloré, lo cual es un cliché y es cursi por lo que me avergüenzo y me siento una pelotuda y más quiero llorar. De todas formas este año la pasé bien: con la flia está todo "lo mejor que puede estar"; los amigos ya hace un par de años que los aprendí a elegir bien (puedo ufanarme de ello) así que puedo contar con ellos; estoy de novia y me hace bien. Digamos un buen cumple. 

Ah! Me regalaron un cactus (o "captus", como diría mi amigo Mauro), al que llamo Rodriguez.
Mi captus

Presentando a Rodriguez



Sin embargo, hay un hecho que me parece particularmente pintoresco a destacar. Como muchos ya saben (y la mayoría no) soy una persona que profesa un gran fanatismo por Julio Cortázar. Así que entre todas las cosas que se me podían ocurrir en ese momento, lo primero y principal que eclipsó instantáneamente mi pensamiento entre "gracias", besos cariñosos de las tías grandes y chillidos de mi tía y mi mamá mientras hablaban de la mismísima nada, fue ese maravilloso y bello trozo de sabiduría universal plasmado en Historias de Cronopios y de Famas, que es el "Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj". Acá de yapa lo dejo para quien quiera leerlo.

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

En fin, un año mas, un año menos. Como sea, estoy oficialmente mas vieja. Reflexiones y balances: no gracias, prefiero sonreír... :)


martes, 23 de febrero de 2010

domingo, 14 de febrero de 2010

Me cagó un animal prehistórico

Como es por todos sabido la paloma es el símbolo internacional de la guerra. Y esto no lo descubrí hace poco. Es fija desde hace años que si yo me paro debajo de un árbol o en la puerta de la facultad (donde hay una gran proliferación de estos animalitos que hace suponer una guarnición de reserva, un campo de entrenamiento o algo por el estilo) ocurre lo inevitable: tarde o temprano esta creaturita de Dios deposita en mi las sobras de su ingesta de alimentos diaria. Y continuarán haciéndolo, ella y el resto de la tropa, hasta que yo me mueva del sitio en que estoy, por lo menos un par de metros.

Esto me ha ocurrido desde hace un tiempo, y poco a poco he ido desarrollando diversas estrategias para evitarlo, que generalmente implican sacrificar cierto grado de comodidad u ocupar un lugar donde escuche la charla. No obstante prefiero dejar de lado mi vida social, en pro de un bien superior, esto es, la conservación de la propia dignidad, y sobre todo avanzar un paso mas en la batalla contra esos malignos seres blancos, emplumados y picudos.

Sin embargo, el día miércoles  ocurrió algo nuevo, un verdadero desastre, una catástrofe (como diría cierta docente de Historia) que me deja llena de incertidumbres. Los hechos ocurrieron como sigue:

Iba yo en una apacible caminata, que había decidido hacer luego de asistir a mi clase de yoga sólo para que me digan que la profesora no se había presentado. Como tenía algunas compras pendientes, me propuse ir de pasada a la farmacia y a la veterinaria. Mandados. Llegando a los citados establecimientos, antes de cruzar la calle, siento que algo cae sobre mi, golpeando mi cabeza y mi hombro. En realidad lo que mas percibí fue el olor. Nauseabundo.

Así quede:

 


Con la ayuda de una hoja, primero, y luego de pasar por la farmacia pañuelitos de papel, logré asearme para llegar un poco mejor a casa. Pero por el resto de ese día y el siguiente no pude olvidar el olor.
Ya se, un asco.